En clase no se puede estar con la cabeza tapada. Punto. No se pueden llevar, por tanto, ni gorras, ni cascos de seguridad, ni pañuelos, ni hiyabs ni una bolsa de papel que te pongas en la cabeza. Nada. Esto, como norma de un edificio público, debería ser una razón más que suficiente para que el debate sobre si Nawja puede llevar el velo o no quedara zanjado.
Pero en este país, supongo que por la historia reciente, se tiene mucho miedo a que a un@ le llamen racista o facha. Mire usted no. A esta chica se le prohíbe la entrada con pañuelo como se le prohibiría a una coetánea española y católica. Y, sintiéndolo mucho, Nawja se tendrá que atener a las normas del instituto o bien cambiar de centro de estudios, de la misma manera que un no-musulmán debe descalzarse y cubrirse los hombros y la cabeza para entrar en determinados edificios de países islámicos.
L@s más escandalizad@s dirán que “el hiyab es un símbolo de su religión”. Ante esto, la primera respuesta que me viene a la cabeza es que, desde siempre, he pensado que la religión (todas) debe quedar para los templos y la intimidad del hogar de cada cual.
Pero, independientemente de que se trate de una cuestión de raza o de religión, lo que realmente me escandaliza es que se dé tanto bombo informativo a un mero problema de forma, cuando en el sector de la educación hay tanto problema de fondo por corregir. Véanse sino los itinerarios curriculares, la violencia entre alumnos, las agresiones a profesores o la ausencia de todo valor o principio…
En definitiva, creo que el problema no es tanto que Nawja se quite el pañuelo de la cabeza, sino que algun@ se lo quite de los ojos…